Una discusión sobre el ser callejero por derecho propio…

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Hoy es un ejercicio nostálgico…

José Alberto García Gallo, nació el 11 de marzo de 1940, en Rancul, Argentina, al norte de la Pampa, él decía que su primera canción por él escrita era una que empezaba diciendo: “la lluvia, un cigarro y tú…” y que cuando la cantó por primera vez, sus tías se escandalizaron y más por el hecho de que él todavía no estaba en edad de entender la conjugación de: “un cigarro y tú”.

Los viejos son los que si saben de esas de esas cosas, pues son los que decían que las tres mejores cosas de la vida, son una copa antes y un cigarro después. Pero las tías de Alberto, que algunas de ellas ya estaban en edad de merecer, otras ya habían merecido bastante y dos de ellas no habían logrado que alguien les diera “su merecido” y se murieron sin merecer, pues se escandalizaron y castigaron al pibe ese que no contaba con más de 8 o 9 años de edad y el mundo todavía no llegaba a la década de los 50´s.

Después viene la etapa donde Alberto junto a su madre plantó el árbol en donde a su sombra una tarde de verano perdió la inocencia y cuando iniciaron sus viajes lejos de casa para convertirse en ciudadano del mundo, en paisano nuestro, por adopción y por aceptación.

Alberto fue el callejero por derecho propio, y lo llamamos nuestro, porque lo que amamos lo consideramos de nuestra propiedad, pero él era un callejero con el sol a cuestas y era la ternura que nos hace falta a todos.

Bastaba con escucharlo cantar “Miguitas de Ternura”, para que las lagrimas vinieran a los ojos sin que nadie los hubiera llamado y se desbordaran sin pedir permiso y sin motivo especifico, eran muchas pequeñas cosas que con esa melodía se sincretizaban en forma de gotas de agua y sal pare encontrar salida por los ojos y así darle paz al alma.

Yo la primera vez que lo escuche, fue acompañado de mi madre en una presentación que tuvo en el Manuel Bernardo Aguirre, nosotros veníamos de la Deportiva, también venía mi hermano y compadre “el negro”, no teníamos para pagar el boleto de entrada, pero gracias a Dios un vidrio del gimnasio estaba quebrado y ahí se paró “la Chuca” y pegada al vidrio lo escuchaba emocionada y mi hermano y yo por igual, escuchando a un argentino internacional, a uno muy mexicano que cantaba con todas las ganas por estar en Chihuahua, tierra que él decía también era la suya.

Pasó el tiempo y el “hey Manolo” sonaba en la grabadora que yo tenía en mi cuarto, junto con el no soy de aquí ni soy de allá, además de seguir sus presentaciones con Ricardo Rocha en el programa “En Vivo” que transmitían los viernes para amanecer sábado por televisa.

Por cierto, fue en ese programa en donde por primera vez presentaron un desnudo en vivo, fue Lyn May la que bailó hasta dejarnos con los ojos bien abiertos, la boca seca y la sabana manchada. Mismo programa que por primera vez en la historia de la televisión mexicana hizo un enlace en vivo con Imevisión, pues en la televisora del Ajusco tenían también su programa de media noche que conducía don Luis Carbajo y quien cada tanto repetía y repetía el video de Jennifer, una pelos chinos que bailaba enfundada en un vestido azul sin sostén y sin bragas, ¡bueno!, eso parecía, ya que las meneaba que daba gusto verla.

¿A dónde diablos habré metido yo los versos que tenía sin terminar, sobre mi mesa todavía aunque no fueran más de cinco o seis vocablos?, cantaba Alberto y la memoria me traía las imágenes muy frescas en la segunda mitad de la década de los 80´s de una de la que todavía me acuerdo y que por decencia debería de haberme olvidado hasta de su nombre.

Y es que eran metáforas en celo, sonrisas de golondrinas en pleno vuelo, que me hacían recordar que solamente con abrir una ventana y ver el sol que en sus cabellos se derramaba, regresaban prontos del olvido mis olvidos y me olvidaba de ser quien era y de quien ella debería de haber sido.

Que me perdone Alberto por destrozar sus versos, pero decía el cartero de Neruda, que los versos no son del que los escribe y si más bien del que los necesita y los usa en el momento justo. Así que no es robo, ni mucho menos plagio si al descomponer su canción hacemos un canto nuevo en donde se mezclan sus historias y las mías.

En fin Alberto me enseño que se podía volar por el aire libre, como las gaviotas, que solo hace falta perder la cordura y ojalá y que fuera contagioso, para todos enfermarnos de esa cura hermosa que es la locura.

Alberto tenia un canto, no una canción, no un poema, era un canto, en donde daba gracias por estar vivo: “Qué suerte he tenido de nacer, para estrechar la mano de un amigo y poder asistir como testigo al milagro de cada amanecer”, inicia ese canto, en donde el argentino se nos entrega por entero y nos decía cual es la más hermosa filosofía de vida.

Más delante en esos versos, dice: “Qué suerte he tenido de nacer, para comer a conciencia la manzana, sin el miedo ancestral a la sotana ni a la venganza final de Lucifer” y ahí me puse de píe y le aplaudiré toda la vida, pues me pasa como dice Joaquín Sabina, “pues cada que me confieso me doy la absolución”, pues al fin y al cabo mis pecados son míos como en su momento yo fui de ellos y renegar del placer y la vagancia conseguidas no es de hombres que quieran cargar con sus culpas y reconocerlas como propias con nombre y apellido.

“Pero sé, bien que sé… que algún día también me moriré. Si ahora vivo contento con mi suerte, sabe Dios qué pensaré cuando mi muerte, ¿cuál será en la agonía mi balance?, no lo sé, nunca estuve en ese trance. Pero sé, bien que sé… que en mi viaje final escucharé el ambiguo tañir de las campanas saludando mi adiós, y otra mañana y otra voz, como yo, con otro acento, cantará a los cuatro vientos… Qué suerte he tenido de nacer”.

Y esos versos casi me hacen llorar pues quien sabe porque pero traen a mi memoria las imágenes de amigos que al igual que Alberto ya se fueron, mis hermanos los Javieres, Moya y Salinas, Armando “El Gato”, Toño Chihuahua, el mejor monero y el artista más completo que he conocido en mi renga vida, Mario, mi profe, Toño mi jefe y maestro, Padre Dámaso y mis abuelos y mis tías.

Que suerte tuviste de nacer Alberto y nosotros de escucharte y de poder con otro acento, con otro canto, poder afirmar junto con tu recuerdo, ¡que suerte hemos tenido de nacer!…

Chihuahua, abril de 2019.