“Si la muerte toca mi huerto” es una canción que originó muchas charlas

Una charla que tenia pendiente conmigo mismo...

954

Es una charla que tuve, estaba solo en la oficina y me puse a platicar con Mario y con todos los demás, esos que los otros dicen que ya no están, pero que yo se a ciencia cierta que aquí siguen, que siempre estarán conmigo…

La escuchábamos a todo volumen, así como casi siempre tenía Mario la música en su casa de San Felipe, y es que estaba medio sordo, por esa costumbre suya de estarse metiendo palillos de dientes con algodón o cotonetes en las orejas, no me va a creer usted, pero casi se los sacaba por la otra oreja, así como pasa en las caricaturas y todo el día a zas y zas, con la rascadera en las orejas, pero bueno, también habría que decir que los Montoya, todos ellos de por si son sordos, les ha de venir de herencia creo yo.

El caso es que Joan Manuel Serrat llenaba la casa con su cantar, mientras Mario con su desentonada voz, seguía los versos según él cantando y cada rato paraba la música para hacer acotaciones de quien se pone sentimental al saber que las hojas del calendario cada vez son menos.

“Si la muerte pisa mi huerto ¿quién firmará que he muerto de muerte natural?, ¿Quién lo voceará en mi pueblo?, ¿quién pondrá un lazo negro al entreabierto portal?…”

Así empieza esa canción que fue lanzada por el catalán en 1970, año de mi nacimiento, Mario nació el 19 de septiembre de 1940, había una diferencia grande de años entre nosotros dos, pero era yo el único que le retobaba y le decía que estaba loco y éramos grandes amigos, aunque él siempre de forma permanente me presentaba como “mi hijo César”. A veces nos hablábamos de tú y otras más de usted, pero por lo regular él me decía “mijo” y yo, “profe”.

Los demás que iban a la casa de Mario, todos me decían que yo era el único que le contestaba a Mario y le decía que estaba equivocado, Pedro Santillan, Pedro Aguayo –bautizado por nosotros como “La Taza”, porque le faltaba una oreja-, Pedro Arceo, Moby, Carmelo “El Hurco” y es que estaba feo como él solo el gordo chillón ese, quien por cierto tengo entendido que también ya se fue y Raúl “El Pancho Villa”, son solo algunos de los que coincidimos en la casa de Mario.

Fue a finales de los 80’s cuando me pidió adoptarme de forma legal, quería él que yo llevara sus apellidos y su propuesta me pareció un disparate, pues si de algo estoy orgulloso en la vida, es de ser hijo del Manuel “El Kamel” Ibarra y de Mary “La Chuca” Fierro, todavía en el 2018 Mario me preguntaba porque no acepte su oferta de adoptarme y mi respuesta lo dejaba pensando y luego decía, “pero sigues siendo mi hijo y mi amigo, y todos saben que eres mi hijo” y yo me soltaba riendo.

Murió Mario hoy hace exactamente un año y en el portal de su casa no colgó nadie un moño negro, será acaso porque ya no se usan o porque se nos olvido, pero no hubo moño negro en la casa de mi amigo, si me tocó a mi avisarle a muchos de sus amigos de su muerte, unos lloraron, otros no tanto, ya ve como son las cosas y más cuando uno da la noticia de la muerte de un hombre de 78 años de edad y no faltó el que dijo aquello de “¡va, buena edad!”, tratando de asimilar que esa es una cantidad de años “justa” para despedirse de esta tierra. ¡Quien jodidos les habrá dicho cual es una buena edad para morir!

Y Serrat canta: “¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto así?, ¿Quién mentirá un padrenuestro y a rey muerto, rey puesto… pensará para sí?, ¿Quién cuidará de mi perro?, ¿quién pagará mi entierro y una cruz de metal?…”

A mi me pasa que con cada amigo que muere se me muere un pedazo de vida, pero mis amigos muertos no se van, no los dejó irse del todo, aquí siguen conmigo, en mis horas de trabajo solitario platicó con ellos, me rió acordándome de cosas y me pongo nostálgico por charlas que ya no van a ser, pero para que la vida sea vida, ha de tener muerte y lo debemos de entender, por eso no lloro –o bueno-, no lloró mucho, poco y solo a ratos, sobre todo cuando no hay nadie y prefiero los recuerdos alegres y los otros los voy enterrando de a poquito, separándolos cuidadosamente, pues no vaya a ser que por descuidado mande al bote de las cosas olvidadas algo que debería de guardar en el cajón de las cosas para siempre.

Doy gracias a Dios de que en la oficina no hay cámaras, pues si alguien viera un video de cuando estoy solo, de seguro me mandan al manicomio por esa mi costumbre de habar solo, de reírme como idiota y de manotear como si estuviera platicando con varios a la vez y es que siguen conmigo los javieres, Salinas y Moya, mi hermanito Toño, por supuesto mi profe “El Viko”, Padre Damaso y Mario y todos ellos juntos hacen muy buen barullo, tanto, que a veces me suelto riendo a carcajadas por las cosas que platicamos.

Mario no dejó perro, “La Negra” se murió meses antes que él, se envenenó comiendo huesos de durazno que encontró en el patio, Mario lloró por semanas la muerte de su perra, una viejo pastor ingles que era una dulzura de animal, con decirle que se hacía pipí cuando llegaba uno a la casa y se sentaba obstinada frente a uno, terca a no dejarnos pasar si antes no le hacía uno un cariño en la cabeza y cuando uno lo hacia, ella mojaba el piso.

Me tocó a mí ser el encargado de cuidar que en la tumba de Mario se colocara una lápida de granito negra, con el escudo de Batman y un Cristo, ese fue un gran pleito, tener que esperar a que en el panteón nos dieran permiso, cobrar el seguro de “partida” que entregan en el ISSSTE a los maestros de la sección 8ª, encargar la lápida, ir a supervisar como la colocaban. Pero ahí está y muchos que la han visto me dicen que quedo “bien chida”, yo los que les he dicho a muchos es que no estoy muy seguro de que la lapida le guste a Mario, “porque últimamente está muy serio y no me ha querido decir nada”, señaló y cuando lo digo algunos tuercen los ojos por el humor negro que me cargo y otros, los que de plano ya me conocen muy bien, solo se ríen y yo con ellos.

Y Juan Manuel canta: ¿Cuál de todos mis amores ha de comprar las flores para mi funeral?, ¿Quién vaciará mis bolsillos?, ¿quién liquidará mis deudas? A saber…”.

Lidia fue la novia de toda la vida de Mario, es más, puedo asegurar que fue su única novia, pero no la única mujer, su historia es como para escribir un libro, pues cuando ellos ya pudieron vivir juntos, cuando ambos pasaban los 60 años, simplemente ya no se entendieron, se querían, se han de seguir queriendo, cada uno a su manera, pero Mario era insoportable para vivir con él y eso lo sabemos muchos. Pero Lidia todavía de vez en vez va al panteón y le deja flores, las que son testigo mudas de esas visitas y muy seguramente le ha de rezar, quien sabe si alguien más de su familia lo haga, seguramente su hermana María si lo hace, los demás no se.

Nadie se encargó de vaciarle los bolsillos a mi amigo y es que él vivía para vivir la vida y lo que le llegaba de sus pensiones como maestro estatal y federal, se lo gastaba todo, incluso el sábado antes de caer muy malo, fue al Sams y se compró un asador de esos gigantes de los que hoy valen creo 8 mil pesos, solo lo armó y nunca lo pudo usar.

Era un derrochador Mario, pero era su dinero y no tenía que darle cuenta a nadie de sus compras, por eso su casa era como un museo llena de mil cosas.

Y la canción sigue: “¿Quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario?, ¿Quién me hablará ente sollozos?, ¿quién besará mis ojos para darles la luz?, ¿Quién rezará a mi memoria,
Dios lo tenga en su Gloria, y brindará a mi salud?…”.

Fue Luis Raúl al que le tocó que los médicos le dieran la noticia de la muerte de Mario, él me habló para que acudiera al hospital y todavía alcance a despedirme del cuerpo de mi amigo y tras ello hablarle a sus familiares y a sus amigos.

Pero Mario no tenía un diario, ni nada que se le pareciera, lo que si me tocó fue ir a su casa, de la que siempre tuve llaves, a escoger el traje que le pondríamos, uno negro recién comprado, uno que creo que solo uso una vez para ir a una boda y por supuesto su camiseta de Batman.

Lidia me habló para pedirme que no le pusiera una camiseta, que llevara una camisa y corbata, ella me dijo que la que no quería verlo así era doña María, la hermana mayor de Mario y Ángela su sobrina, yo creo que era ella la que no quería que su novio se fuera de camiseta.

“Pues que vengan ellas y lo cambien, yo le voy a poner su camiseta que él más presumía”, le conteste y cuando Lidia quiso argumentar otra cosa, le dije, “además si Mario no quiere que le ponga esa camiseta que me lo diga él, pero no creo que diga nada, ya ves que ya tiene varias horas muy serio” y Lidia se soltó riendo, “¡¡que bárbaro César!!, se acaba de morir y no guardas seriedad”, me dijo ella.

Y la ultima parte de la canción de Joan Manuel, dice: “¿Y quién hará pan de mi trigo?, ¿quién se pondrá mi abrigo el próximo diciembre?, ¿Y quién será el nuevo dueño de mi casa y mis sueños y mi sillón de mimbre?. ¿Quién me abrirá los cajones?, ¿quién leerá mis canciones con morboso placer?, ¿Quién se acostará en mi cama, se pondrá mi pijama y mantendrá a mi mujer y me traerá un crisantemo el primero de noviembre? A saber…”.

La despensa de la casa de Mario se repartió y alcanzó para llenar dos o tres bolsas de esas negras grandes con bastantes cosas, para cada quien, el azúcar del costal lo vaciamos en bolsas de plástico, para repartirlo, pues Mario decía que regalar azúcar era regalar bendiciones.

De sus cosas algunas fueron a dar a la casa de Pepe, otras mas a la casa de George y de Golu, sus sobrinos, otras más fueron a dar a mi casa, pantallas, bocinas, cafeteras, sartenes y cosas de esas, incluida una colección de dragones y más de mil 500 discos L.P. entre ellos los de los Beatles y de los artistas de moda de 1960 y décadas posteriores.

Su ropa, alguna ha ido a parar a los tianguis, sus cajones los vacíe yo, encontré kilos y kilos de basura, no me lo va a creer pero hasta encontré boletos de rifas de finales de los setentas, con eso le digo todo.

La casa se va a quedar Alan con ella, un sobrino-nieto de Mario, así lo decidió George, de tal forma que ya no es la casa de Mario, no, es la casa de Alán y por cierto hoy a un año de la muerte de mi amigo tengo que ir a entregarle a Alan las llaves de la puerta, porque ahí ya no vive mi amigo, ni él ni sus recuerdos, pues esos son de quienes lo visitábamos, de quienes fuimos sus amigos.

Las primeras semanas ayude yo a limpiar los cuartos, a tirar toda la basura guardada en cuando menos casi 50 años. Mi Shakira sinaloita se sorprendía de tanta cosa que sacamos, de tantas cosas que guardaba Mario.

De Lidia se encarga ella misma, sus hijas y su hijo, la ultima vez que platicamos no fue agradable la charla, pues ella quería explicaciones sobre la vida de mi amigo y yo no soy el indicado para hablar de eso y es que a ellos les faltó tiempo para charlar, para platicarse uno al otro sus cosas.

Y yo sigo brindado no a la salud del amigo, pero si a su memoria, a quien supo ser amigo durante muchos años, con quien compartí tequilas, vinos tintos, ginebra, puros, pipas, libros, películas y muchas charlas sobre temas en los que no nos poníamos de acuerdo, pues él fue un hombre nacido antes de la mitad del siglo pasado y yo uno nacido en los setentas, todavía me topo de cuando en cuando a quienes fueron sus amigos y cuando me ven los escucho que se dicen, “mira, ese es el hijo de Mario”, otros si me saludan y me preguntan que ha sido de las cosas de Mario y de su familia o de otros amigos.

Hoy hace un año y por eso ando melancólico, por eso estos recuerdos y por eso la risa de acordarme de tantas cosas…