Carta a mi abuelita para agradecerle su amor y enseñanzas hasta el cielo

229

La vida me quitó una abuelita, una segunda madre, pero me regaló un ángel que siempre amaré…

Jamás imaginé que ‘Amor Eterno’, de Juan Gabriel, cobraría tanto sentido para mí, supongo porque tampoco pensé dedicarla tan pronto, pero las cosas pasan cuando menos lo esperamos.

Ya son dos años desde tu partida y no te mentiré, hay algunos días en los que no te pienso para hacerme la fuerte, pero hay otros en los que tu sonrisa, tu mirada, tus abrazos, toda tu esencia me envuelve y no puedo evitar llorar.

Ella no sólo era una segunda madre, una amiga, una abuelita, se convirtió en una cómplice de gratos e inolvidables momentos y todo aquel ser que tuvo la dicha de conocerla, sabrá de lo que hablo porque fue todo eso y mucho más.

Debo admitir que lo único que quisiera en estos momentos es abrir los ojos y saber que por la tarde estarías sentadita en tu cama mirando tu novela favorita o simplemente columpiándote en la mecedora de madera mientras los rayos del sol calentaban tu cuerpo.

Todavía recuerdo ese momento, en el que sonó mi celular y me dieron la terrible noticia de que ya no volveríamos a reír y llorar contigo, ahora llorábamos por tu partida. Llegué a tu habitación y te miré recostada como cuando nos quedábamos dormidas viendo el televisor, pero eso no volvería a pasar porque había llegado el momento de decir ‘adiós’ por siempre.

Ay, abuelita hermosa, si tú supieras que por más que me dicen que el dolor cesará, yo no veo la hora de que eso suceda. Es verdad, me ha costado mucho superar tu partida, incluso me he engañado de que nada de eso ocurrió, pero la vida me lo recuerda y es ahí cuando una sensación extraña recorre todo mi cuerpo.

Por un lado, tristeza, por el otro, mucho coraje. Me dan ganas de gritar tan fuerte que puedas escuchar mis reproches a la vida por arrebatarme tu cariño y no poder sentir tus abrazos una vez más, pero sé que eso no es lo mejor, pues es momento de aceptarlo.

Definitivamente es algo que me no puedo, ni tampoco quiero creer. Ahora estoy aquí, escribiendo esto para desahogarme, con lágrimas en los ojos, el corazón a punto de estallar, mirando una fotografía tuya, mientras suena en mis audífonos ‘Amor eterno’, porque eso es lo que eres para todos nosotros los que te conocimos y gozamos de tu hermoso ser, un amor que aunque ya no está, perdurará toda la vida.

Cuanta razón tenía Juanga al cantar: “Yo he sufrido tanto por tu ausencia desde ese día hasta hoy no soy feliz, y aunque tengo tranquila mi conciencia, sé que pude haber yo hecho más por ti (…) Cómo quisiera que tú vivieras, que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca y estar mirándonos. Amor eterno e inolvidable. Tarde o temprano estaré contigo para seguir amándonos…”.

Por ahora sólo me resta despedirme, pero esto es temporal, ya que estoy segura que nuevamente nos saludaremos, abrazaremos y conversaremos como cuando te visitaba cada noche y tú preparabas el té, mientras yo llegaba con tus galletas favoritas.

Claro que te extrañamos, pero sabes qué es lo mejor, que cada que hablamos de ti terminamos sonrientes por la gran fortuna que tuvimos de compartir un poquito de nuestra vida contigo, esa vida que mejorabas con un solo consejo o un apapacho.

Físicamente perdimos a una madre, una abuela, una tía, una amiga, pero el cielo se ganó un ángel…

Gracias por todo tu amor, abuelita.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con información de Cultura Colectiva