Una reflexión personal. Luis Villegas Montes

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SALVADOR BORREGO ESCALANTE.
PRESENTE.
 
Don Salvador:
No sabe cuánto me apenas, de veras, no haberlo podido conocer en persona. Su partida, créamelo, deja a México un poco huérfano, un poco menos México.
Es cierto que habrá muchos compatriotas que vean en Usted un bastión de causas perdidas, identificándolo con algunos de los peores aspectos del conservadurismo más rancio, vinculado a la oligarquía y al clero. Podría ser, no excuso que pudiera asistirles la razón en algún aspecto. Allá cada quién en sus creencias y opiniones.
Yo, me quedo con la experiencia vital que la lectura de sus libros me produjo. Me explico: Usted no llegó a saberlo, pero en algún escrito he hecho énfasis en cómo la influencia de mi abuela Esther fue decisiva en mi formación: seguido rezaba yo con ella desde temprano y mi fervor alcanzó los primeros veinte años de mi vida marcándolos con una devoción digna de elogio de no ser porque a partir de los veintitantos dejé de frecuentar la iglesia por causas que no tiene sentido reseñar aquí; junto con esa formación recibí otra, laica podríamos decir, que me tragué enterita, que constituye el eje de las creencias de millones de mexicanos, plagada de lugares comunes: Cuauhtémoc, víctima del “conquistador”; Miguel Hidalgo y Costilla, “Padre la Patria”; Agustín de Iturbide, traidor al México incipiente; Benito Juárez, “Benemérito de las Américas”, adalid de la República y prócer de la legalidad; Porfirio Díaz, déspota; etc., así llegué a los 15 años de edad.
Por esas fechas, cayó en mis manos un libro, la Breve Historia de México,1 del ilustre José Vasconcelos, y como deje escrito en algún sitio: “troné como chinampina. Todo lo que me había contado mi abuela […] desde la atalaya de su memoria y su condición de ex–maestra de escuela primaria en su natal Coyame, era falso o, por decir lo menos, discutible; controvertible, polémico. La revelación fue un golpe: El México que había aprendido a querer, que había comenzado a interpretar y a conocer, del que empezaba a sentirme orgulloso a través de sus mitos y héroes, se me deshizo entre los dedos”. Cada dos por tres arrojaba el libro a algún sitio, enfurruñado y dolorido; luego lo retomaba y así; ya después vendrían otros, con José Fuentes Mares a la cabeza, que me ayudaron a entender lo complejo de esa construcción a la que llamamos: “Verdad histórica”; a su lado, de su mano, comprendí que no hay nada como “verdades sabidas”; que no existen héroes ni villanos de tiempo completo; que los “buenos” y los “malos” son, por decir lo menos, visiones parciales de una realidad a medias.
Luego llegó a mis manos “Metas políticas”;2 el primer libro que leí de su autoría. Si Vasconcelos y Fuentes Mares fueron una revelación, “Metas políticas” fue un mazazo. Me conmovió, me sacudió por dentro, porque comprendí que había un orden, un concierto en el mundo, en el quehacer público, en la actividad política, y que no necesariamente se regía por el interés común, vamos, ni siquiera por buenas intenciones. Merced a Usted, comprendí que la historia es un mosaico, un rompecabezas de multitud de piezas que brinda una imagen íntegra, no necesariamente agradable de ver, empero, bella en sí misma por el intento de orden en el caos. Como he dicho: intentar el examen de la historia desde el prejuicio, la mentira, la exageración o el despropósito, de lo que está lleno la historia oficial, nos mutila como nación; algo nos cercena del alma como ciudadanos, como mexicanos. Pues vino Usted, con sus libros, a sembrar inquietudes y también a develar un montón de misterios en mi ánimo, invitándome no a creerle a Usted a pie juntillas, por el contrario: dudaba y más leía y más investigaba y más dudaba en un círculo virtuoso fantástico: Usted, me hizo el regalo más maravilloso que cabe esperar de alguien: me invitó a pensar; a decidir por mí y para mí; a cuestionarlo todo y a creer sólo aquello que parece verosímil, razonable, lógico; pero, en cualquier caso, que parece así luego de una reflexión.
Aprendí con Usted, gracias a Usted, que la política en México, hoy por hoy y desde hace décadas, a falta de convicción y auténtico espíritu de servicio, se alimenta de la alharaca y del escándalo; de verdades a medias y de mentiras completas; de coyunturas más que de convicciones; de traiciones flagrantes y “olvidos” estratégicos; de egolatría e intereses ruines; de ignorancia y sumisión a la espera de un mendrugo. A los 15 años, aunque no sabía qué quería hacer con mi vida sí sabía qué no quería ser y se lo debo a su palabra escrita.
También gracias a Usted, virtud a su valentía, perdí dos miedos: el miedo a pensar por mí mismo, lo que no es garantía de nada, por supuesto, soy humano y soy falible, pero me brinda una gloriosa sensación de libertad; y a decir lo que pienso, pésele a quien le pese e incomode a quien incomode; no vine yo ni estoy para agradar a nadie. Evidentemente no comparto todos sus puntos de vista; pero Usted me brindó ese regalo precioso: el de la libertad de pensamiento; y de muy pocas personas puedo decir que he recibido algo tan valioso.
Descanse en paz, don Salvador; que en gloria de Dios esté y, en nombre de millones de lectores anónimos, perdón por el atrevimiento, le agradezco desde lo más profundo del corazón su valentía e integridad intelectual para con este México que tanto amó.