Una reflexión personal. Luis Villegas Montes

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LOCO Y HOCICÓN.

Vistos los desplantes de los últimos días, no cabe duda: ya lo perdimos.

A pesar de lo que digan sus seguidores, igual de imbéciles, por lo menos gran parte —ya que cada quien resuelva cómo se siente y si está dentro de ese grupo o no—, no existe en sus apariciones en público ningún atisbo de coherencia o lucidez.

Literal y metafóricamente de aquí para allá, hoy dice una cosa, mañana otra; hoy encabeza una causa muy clara, un ideal diáfano, mañana deja que sus seguidores, cercanos o lejanos, pisoteen sin empacho los valores que, dice, lo alimentan; hoy tiene una serie de adversarios —por los calificativos empleados (“corrupto”, “traidor”, etc.) parecieran auténticos enemigos—, mañana, jubiloso, los invita a sumarse a su proyecto o los suma, o se suma a ellos, de brazos abiertos y sonrisa anchota.

Con un discurso cargado de labiosa prosopopeya, de sus dichos de siempre, de los lugares comunes de toda la vida, se mueve —más bien baila, pivotea, se desliza— en el filo de las palabras para empezar a decir cosas que nunca ha dicho, o sí, pero convenientemente ya no recuerda, porque no le conviene.

Lo triste de esos alardes verbales, el estropicio para la vida pública, para la democracia, para la expectativa de un buen gobierno, de un gobierno “de a deveras” que cumpla con los mínimos para los que la institución fue creada, es que cancela las posibilidades de cambio porque, lejos de ver “para adelante”, se afinca en los fantasmones del pasado, mediato o inmediato, y a su antojo los manipula para ver amigos o enemigos donde no los hay o donde no debería de haberlos.

Avanza entre vítores y aplausos no por lo que es (un fiasco, una decepción, una desgracia, un anuncio de fracaso), sino por lo que representa; a él se suman, los taimados de siempre, los codiciosos, los ladinos y marrulleros que ya conocemos pero que han decidido ponerse su camiseta mientras “se afilan” las uñas; y los tontos, los buenazos de buena fe, incapaces de hilar un pensamiento con otro, porque no pueden, porque no tienen con qué; simplemente porque a un duelo de ideas irían desarmados, por la simple razón de que jamás han esgrimido una.

Cuando más se necesita de un verdadero líder, para un pueblo ahíto, convulso y revuelto, para quien los caudillos salen sobrando (le sobran a la historia y le sobran a la realidad porque de caudillos y caudillejos estamos hartos), que convoque en el diálogo, no en el monólogo; en el consenso, no en la amenaza; en la humildad, no en el desplante de la virtud inmaculada; en la realidad modesta y contundente, no en la verdad autodefinida; en el trabajo visible y cotidiano, no en arrebatos mesiánicos con tintes de predestinación; viene este sujeto a intentar embaucarnos con los espejitos de su palabrería; y eso no es lo peor, lo peor es que lo consigue a medias, por lo menos en un pequeño ámbito de la sociedad y, obviamente, en los intestinos de su séquito que, entre bobalicones y miserables, le espesan el caldo y difunden “La Buena Nueva”.

Las siguientes dos o tres entregas, habremos de ocuparnos de esa retórica infame, a caballo entre la izquierda más recalcitrante y la derecha más desaforada, de esos dislates, de esas contradicciones, de esas estupideces, en suma, a las que el loco y hoción le ha dado por llamar… “Proyecto Alternativo de Nación 2018-2024”.

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