La corrupción Mata
Por Rafael Navarro Barrón
Bastó un pequeño tiempo de mi vida periodística para llegar a la conclusión de que la mayoría de los personajes dedicados al servicio público son borregos pestilentes que se autoaplican el principio de la ‘disciplina partidista’ para permanecer en sus puestos. Les llaman burócratas disciplinados.
Guardar el código de complicidad que imponen los altos jerarcas del poder público, es como una religión que tiene sus propios cánones: están bien establecidos y marcados por la famosa ‘regla no escrita’ que se evoca en el rapaz ejercicio de gobernar.
El que no cumple es excomulgado de la vida pública y se convierte en un apestado político que se hunde en el cieno del olvido, al menos que se haga ‘independiente’, que es el método moderno de la expiación.
Así le sucedió a Javier González Mocken, quien saliera de la telaraña de su exjefe político, Enrique Serrano, un político marcado por el pragmatismo y los poderes facciosos, que son los hilos con los que sigue guiando al rebaño que le rindió tributo cuando buscó la gubernatura.
Salvo la declaración a destiempo de Reyes Baeza que acaba de proponer ‘suspender los derechos políticos a César Duarte’, pareciera que el exgobernador prófugo sigue marcando la ruta del priismo en el Estado de Chihuahua.
La referencia nos lleva a deducir el enorme cinismo con el que opera el PRI en esta entidad. El organismo político o mejor dicho, quienes lo dirigen, se dan el lujo de reciclar a una gran cantidad de personajes ligados a la acusación de corrupción del pasado sexenio otorgándoles poderes excepcionales a quienes fueron parte de la espantosa debacle ocurrida en la pasada elección.
Y pareciera que a los simples mortales no nos debe de preocupar lo que ocurra en el PRI, pero pasa igual que con la corrupción. Creer que ‘otros’ son corruptos y que el resto estamos salvaguardados de ese lastre, reviste un peligro real para los ciudadanos.
Las muertes de los periodistas del Estado de Chihuahua y de los activistas políticos, la llamada gente de bien, es el reflejo de la espantosa corrupción. Tenemos que concluir que la corrupción mata.
De allí han procedido las vendettas políticas que pueden llegar a más partes del Estado de Chihuahua y arraigarse en Ciudad Juárez. Matar es cuestión de querer, un pandillero drogadicto de esta frontera cobra 2 mil pesos semanales por matar a los miembros de los grupos opuestos. El sicariato es una acción perfecta para que los corruptos se deshagan de sus competidores.
Cuando González Mocken platica del rompimiento con Enrique Serrano lo refiere con un sentimiento auténtico… “el cuate quería seguir mandando como si fuera jefe del grupo político, perdió el piso; nos reunía para darnos órdenes sin entender el desmadre que había provocado”, refirió el ahora candidato de Morena a la alcaldía.
González Mocken pagó cara la osadía de la disensión. Omar Bazán no le contestaba las llamadas y Serrano lo engañó en una reunión política en donde fingió que la elección se abriría cuando en realidad empujaba a su comadre y socia a la aventura de ser candidata a la alcaldía.
Cuando Javier se dio cuenta de lo que ocurría dejó de insistir, no obstante ser el mejor posicionado de los precandidatos priistas. Serrano ni se inmutó, siguió la vida política como si nada, orgulloso de llevar a su socia a la candidatura obsequiada por un inexplicable mérito, hasta hoy no aclarado.
La peor fórmula priista fue elegida. No se escucharon las innumerables voces que hablaban del carácter enfermizo de Adriana Terrazas. Sus desplantes, su falta de equilibrio mental que la hace estallar con una profunda ira al grado de provocar locuras.
El PRI se tapó los ojos y orquestó el atraco que está a punto de originar su debacle.
Esa práctica perniciosa de las vendettas es tan común como los imbéciles que dirigen gobiernos. Las posturas dictatoriales que, literalmente silencian a los subalternos, tiene su origen en un abierto abuso de quienes ostentan el poder público.
Como periodistas, obtenemos a cuentagotas lo que es y representa la versión real de la política. La mayoría se esconde bajo la arena de la complicidad como los gatos esconden sus desechos; truena, cuando alguien con mesura, la hace pública. Los gobernantes los llaman traidores, el pueblo les llama héroes, porque eso son, sin duda alguna.
He visto a reporteros aguerridos sucumbir ante la ominosa conversión a la vida pública. Con la camiseta de voceros o servidores públicos se transforman en defensores de todas las tropelías del gobierno que los impulsa y les paga (y muy bien, por cierto). Es así como se explica el silencio cómplice de quienes transmiten las excentricidades de los gobernantes. Así sucedió en el gobierno de Javier Corral.
Su dream team de periodistas, reclutado, en su momento, por Luis Silva García y heredado a Toño Pinedo, es un ejemplo claro de la lucha entre la necesidad de empleos bien remunerados y la (auténtica) convicción profesional.
Por eso Miroslava Breach no estaba en la estructura corralista, porque guardó la dignidad hasta el último momento. Y bajo la sombra de la sospecha, sería interesante preguntar la opinión de los reclutados que rodean a Pinedo.
Los conocí laborando en los medios de comunicación que representaron durante años. Eran duros para juzgar a los periodistas corruptos y a los malos gobiernos. Eran reactivos a cualquier exceso de los poderosos. Ahora son la arena que cubre lo que se defeca y son los decoradores de los actos de gobierno escribiendo muy bien las notas en las redes sociales, son los que alimentan a los cobardes y crean los falsos perfiles desde donde se adula a quien gobierna.
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Escucho con frecuencia que Francisco Villarreal Torres fue el mejor alcalde de Ciudad Juárez. Y esa presunción es falsa, yo estuve allí cubriendo la fuente, fui testigo de la verdadera personalidad del presidente municipal panista y para nada fue el mejor presidente municipal de esta frontera.
Los problemas de la ciudad eran los mismos y se atendieron igual que siempre; las excusas eran las mismas; las omisiones fueron las mismas; la policía estaba igual o peor de corrompida que hoy y al servicio del narcotráfico.
La diferencia es que aquel político, tildado como homosexual y extravagante, se convirtió en amigo de la mayoría de los periodistas. A sus detractores les llamaba “pendejos” y los trataba con un suficiente desprecio descomunal.
Recuerdo la dureza con la que el finado alcalde era tratado por los periodistas afines al PRI.
A pesar de las múltiples voces que aseguraban que era gay y que, con sarcasmo, difundían historias románticas del gobernante, con su pareja, un francés que vivía a orillas del Río Sena, nunca aportaron una sola evidencia de su tendencia sexual, ni de su amante; él fue un estoico que se reía de las acusaciones, fuera cual fuera. “Pendejos”, les decía, “me la pelan”.
Villarreal estuvo a punto de ser candidato a gobernador…tenía carisma y dinero, pero no tenía salud. Murió de cáncer en el sistema linfático.
Cuando Villarreal hablaba de Francisco Barrio y su pasividad para gobernar y manejar la política, enseñaba el dedo (máxima ofensa norteamericana) y le enfadaba la idea de caer en los entuertos de la política tradicional y rendir pleitesía a los otros niveles de gobierno.
Lo acompañé a México y estuvimos sentados en la mesa de la secretaría de Gobernación exigiendo lo que hoy es una realidad: los recursos de los puentes internacionales y un municipalismo auténtico.
Su huelga de hambre la llevó hasta la Ciudad de México. Se hospedó en el hotel Nikko y se sintió indignado cuando supo que los periodistas de Juárez nos habíamos instalado en un hotel de mala muerte. Los últimos dos días pagó nuestro hospedaje en el Nikko y nos ofreció una basta comida que naturalmente él no comió.
En los tiempos de Barrio, Javier Corral ascendía con rapidez. Fue diputado local y una persona muy allegada al entonces gobernador. Villarreal lo detestaba porque “era muy hablador…y flojo”, decía el político y empresario.
Ramón Galindo fue el director de Desarrollo Social en la administración de Villarreal y su sucesor en la alcaldía. El presidente estaba sordo, pero todo lo oía. Un día le pidió a Galindo que renunciara al cargo porque “el muy listo estaba usando la dependencia para ser candidato…que se joda si quiere ser alcalde”, señaló Francisco Villarreal en un diálogo que tuvimos con él en su oficina en la avenida de La Raza.
Su gobierno lo alabamos todos. Un gran hombre que tuvo la virtud de acercarnos a él. Nos hizo creer que éramos sus amigos, pero nunca lo fuimos.
En la esplendidez de su inteligencia, nos invitaba a su casa, en la colonia Los Nogales, para que probáramos el borrego al horno, bajo la condición de aguantar a la perra Pastor Alemán que deambulaba en casa y comía en la mesa, junto a los comensales. Un verdadero asco.
Y allí, los intelectuales, recibían cátedra acerca de la cultura y el arte a través de las secciones especializadas que publicaban las ediciones de Le Figaro y Le Monde; el viejito sabía dominar el tema y hasta hablaba en francés después de las primeras botellas de vino tinto, por eso decían que era gay.
Y terminábamos la sesión comiendo una paleta de limón de la empresa Trevly, el helado preferido de la perra Pastor Alemán de Villarreal.
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Una realidad nos debe de preocupara a todos. El problema social de Ciudad Juárez se concentra en una perniciosa tendencia a la corrupción. La sociedad está enferma de corrupción, gravemente enferma y desahuciada. Ningún personaje del poder político pasa el filtro de la moral pública y la ética elemental del cristianismo.
Insisto, se los gritó el Papa Francisco en su paso por esta frontera hace dos años. El pontífice les dijo a los empresarios “ventajistas, chapuceros, explotadores y avariciosos”. Esas características pintan de cuerpo entero a los inversionistas metidos en la política.
La riqueza de los que nos han gobernado son insultantes. Un Manuel Quevedo que, literalmente, se robó medio Juárez; un Jaime Bermúdez, que lucró con su Juárez Nuevo; la dinastía de los panistas que, salvo Villarreal que no tenía necesidad económica, resolvieron sus problemas económicos y salieron de quiebras vergonzosas.
Y la otra camada, la priista, los últimos representantes de las siglas del PRI que nos gobernaron, antes de la llegada de Cabada, actuaron con una voracidad que es digna de un auténtico escrutinio social.
Salvo González Mocken, que pudo coronar la causa de gobierno con una administración de salida, el resto son una oda a los excesos en todos los sentidos. Sus ganancias e inversiones son un atentado a la moral y a la vida pública.
Y bajo la comparsa de los últimos gobernantes, Fernando Baeza, Francisco Barrio, Patricio Martínez, Reyes Baeza y César Duarte, está el florecimiento del narco y la abierta vinculación de esos gobernantes con los criminales. Tristemente, en un Estado y un país donde no se aplica el principio de la ley, donde no pasa nada.
Unos son legisladores y otros candidatos. Sin rubor, sin ninguna señal de arrepentimiento, van y vienen, son colocados entre los notables…como si en realidad lo fueran.
Y una vez más, concluimos que las elecciones se ganan con trampa, con chapuza, en la que los gobernantes se han especializado.
…
En 1991 en el entonces local de la Revista Semanario, en la calle José Borunda, un joven flacucho y lleno de esperanza se recostaba sobre un sillón de la oficina de Toño Pinedo para soñar despierto frente a los que escuchábamos lo que creímos, en aquel tiempo, eran ‘conjeturas mentales’, por no decirlo de otra manera.
“Te imaginas, Pinedo, entrando a la Cámara de Diputados con un saco Armani, un portafolio ejecutivo y yo bien chingón convertido en un parlamentario” y Pinedo observando al interlocutor, convirtiendo el sueño en broma de la que surgía una carcajada estridente. Sus ojos vivarachos y su infaltable barba de candado, acentuaban su proclividad a atinar con la precisión de un relojero suizo a cuanta conjetura se le exponía en su oficina.
“Cómo sueña, este cabrón”, decía entre risas… “no tiene ni para comprar una pinche Coca Cola”. Eran las noches de ‘coperacha’. Pinedo sufría de tortícolis y el estrés le remolineaba sobre la base de la cabeza porque tenía que resolver los problemas financieros de su empresa y no se completaba nunca.
“Cuando Javis llegue y sea un chingón, nos va a ir de poca madre”, decía Toño Pinedo. Años después el gobierno de Pancho Barrio inauguraba esos nuevos tiempos y el director de Semanario, con su amigo legislador y cercano al gobernante, no hizo su chamba.
Pinedo creyó siempre que la falta de ayuda de Barrio fue un “acto de ojetería”. Horas y horas de escuchar conjeturas mentales y de subirse al barco en ese año electoral de 1991, cuando se inauguraba el IFE y el proyecto Semanario con muchos periodistas al frente, como José Pérez Espino, Juan Rosales, Padrón, caricaturistas como Lazos, Mahoma y Aldana; como el profesor Avelino Soto y el siempre fiel Chago Solis, nos uníamos a la causa en la primera elección de aquel soñador político llamado Javier Corral. Como equipo, peleamos, tras bambalinas, contra Oscar Nieto Burciaga, del PRI, quien finalmente ganó la elección.
Jugábamos el juego de la especulación. Aunque el soñador no traía ni un cinco en la bolsa, ni tenía carro, ni pagaba las cervezas que se tomaba en la barra del Emilios, la esperanza de ser un parlamentario seguía en su mente.
El soñador vivía como un duque europeo y tenía sus lacayos. Éramos todos nosotros.
En sus ‘conjeturas mentales’ recitaba de memoria frases de Gómez Morín y refería con frecuencia discursos de Guillermo Prieto Luján, uno de los más grandes oradores que ha dado el panismo chihuahuense.
Muchos éramos el chofer del soñador. Lo llevábamos a sus citas de trabajo. Escuchábamos los interminables discursos… siempre emocionado, hablando de política y de políticos.
Hoy, es el gobernador del Estado de Chihuahua. La política de alto nivel y la dosis excesiva de parlamentarismo lo ha cambiado. Gómez Morín y Luján Peña son muñecos de ventrílocuo escondidos en sus respectivos baúles.
Los pensamientos doctrinales de esos sabios de la política, uno de ellos fundador del PAN, son ahora dagas que se clavan en la realidad de la vida pública que se teje desde palacio.
Nada de lo que expresaron aquellos descendientes de la prosapia política tiene sentido en lo que es el servicio público que se practica en Chihuahua y que se ha convertido en una droga que envilece y aleja a los que gobiernan de la realidad en la que vivimos.
Manipulan todo. La Auditoría Superior del Estado, las Contralorías, las Sindicaturas, los institutos de Transparencia, los organismos de Derechos Humanos, son grandes rameras que acompañan ese poder público abusón y sus emisarios.
No lo decimos públicamente, pero hoy lo revelo. A los periodistas de Juárez les ‘convienen’ más los gobiernos priistas. En el fondo sabemos que el PAN y sus emisarios no son santos acomodados en sillas de gobierno. Sus niveles de ética es la más grande mentira que pueda existir.
Los panistas son especialistas en envilecer la función pública. Y los nombres de sus corruptos abundan.
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