Sombra De Letras. Por Rafael Navarro Barrón

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En una acto de absoluta pirateria, me robó de mexicowebcast la columna escrita por el periodista Rafael Navarro Barrón, al cual no tiene ni una coma de desperdicio:

Recibí la llamada de una amiga periodista juarense a la que siempre he admirado. Trabajamos juntos en El Diario de Juárez y posteriormente en El Mexicano. Con su siempre peculiar estilo de preocuparse por los demás, me dijo que sentía una terrible “angustia” porque muchos periodistas se estaban muriendo de penosas enfermedades que los hacen vivir los últimos días de su vida en condiciones de dolor y ruina.

Lo que es peor, caían abatitos por males repentinos y, en el peor de los casos, mueren de cáncer y otras enfermedades, igual de agresivas, que no les dan tiempo de atenderse con la dignidad de un guerrero de la pluma.

Entonces empezamos a recordar a Alfredo Quijano, a Armando Delgado, a Jaime Pérez Mendoza, a Elías Montañez, a Víctor Bartoli, a Moisés Villeda, a Jorge Chairez; y cada uno, en nuestra propia experiencia, recordamos a queridos amigos como ‘oaxaquita’ y la talentosa Marisela Ortega.

Y la memoria nos refirió cómo la gente de ‘los medios’ se ‘enferma’ y termina en las manos del IMSS y de Rosendo Gaytán, nuestro amigable mediador entre el pésimo servicio de la institución y nuestra escasa posibilidad de atendernos en una institución más digna.

Se me olvidan muchos compañeros del gremio que murieron igual, acabados por la enfermedad y por el olvido; o que están en el final de sus días, en casa, esperando la muerte con un aparato de oxígeno o con interminables sesiones terapéuticas, auténticos paliativos contra lo incurable.

Hace unos días, uno de ellos, me saludó en la tienda Walmart de la Ejército Nacional. Apenas podía caminar. Fue víctima de un derrame cerebral que lo dejó fuera de combate; ahora pasa las horas de pie, embolsando artículos en las cajas de la empresa trasnacional; la necesidad lo hizo empaquetar la vergüenza y tirarla en los cestos de basura que abundan en la tienda departamental.

Con dolor, el exempleado de El Diario, me refiere que Walmart no le aporta un cinco y le exige un uniforme y puntualidad (¡Vaya cinismo!). Vive de la caridad pública. Este hombre fue pieza clave en el área contable del periódico ‘más importante de Juárez’. Su enfermedad terminó con su vida activa a los 53 años y con su matrimonio, que fue la parte más dolorosa de la tragedia.

Recuerdo los últimos días de otro grande de la pluma. Un auténtico intelectual y analista. De rodillas, en la casa rentada en la Ciudad de México, oramos juntos. Allí Jaime Pérez Mendoza, no pedía un milagro para él, sino la mano de Dios sobre su familia que se quedaba en el desamparo. Emma, Jaimito y Rodrigo han salido adelante. La mano de Dios no os abandonó.

Entre lágrimas, Jaime recordó como los emisarios del poder a los que tanto sirvió y ayudó, no le regresaban las llamadas telefónicas, ni le contestaban los mensajes de texto. Las ganas de escribir se habían ido. En su página de Internet escribió la despedida, como todo un caballero que fue siempre. Hoy, lo sigo extrañando.

Recuerdo a Oaxaquita: qué orgulloso estaba de conocer a tantos políticos y directores de medios. Su carita se iluminaba al platicar las anécdotas de su vida activa… el ‘canallón’ murió igual que muchos de esos valerosos periodistas, de la llamada “gente de los medios”, olvidado por los que admiraba, enfermo y cruelmente desamparado.

Cuando recuerdo estos pasajes y las palabras de Lupita Parada que, angustiada, habla de esas “terribles formas de morir”, es cuando estallo en una ira justiciera. Y en mi reflexión cuestiono a la sociedad y en cierta forma a mi mismo ¿por qué la dureza de los políticos contra los reporteros?, en el fondo somos sus constructores. Y me pregunto ¿yo corrupto? He referido siempre que en el pasado fui un periodista que recibió dinero deshonroso. Y sin justificar, ese pasado estaba marcado por la necesidad, no por la ambición, no por la corrupción.

Lo confieso porque ya no me causa deshonra. He pagado con creces ese pasado y sé que Dios ya lo perdonó. Ahora le sirvo a Él.

Recuerdo una acusación seria que me hizo el diputado Pedro Torres cuando era director de El Diario; yo era director de El Mexicano. Era sobre mi pasado. Sentados en el restaurante del Fiesta Inn, me pidió que no lo mencionara más en la columna que yo escribía en el periódico que dirigí hasta hace unos días.

Y al terminar, le advertí algo: “yo no soy el que tú dices que soy…pero estoy seguro que tú si eres quien yo digo que eres”. El tiempo nos puso a cada uno en su lugar. Las historias del ahora político en su paso por El Diario abundan… y sus negocios.

Jolly Bustos, un fotógrafo de la capital del Estado, lo dijo un día: “en esta profesión, estamos preparados para almorzar con el embajador de China en México y más tarde trabajar entre los montones de basura, entrevistando a los pepenadores”. El asunto está en poder asimilar lo que somos y vivir en esa realidad.

Los poderosos son nuestras fuentes informativas, no son nuestros amigos, ni son nuestros mecenas. De allí viene la confusión del periodista que termina, con el síndrome de Estocolmo en el alma.

Y luego el llegar a casa, con todos los servicios domésticos a punto de vencer, con decenas de problemas económicos ¿y las empresas periodísticas?, hinchadas de tanto recurso. Sus dueños creyéndose los grandes transformadores del país porque publican notitas.

Los llamados empresarios televisivos se sientan frente al televisor a ver cómo se la juegan sus conductores y reporteros para sacar diariamente un programa que resulta para ellos una inversión más productiva que la bolsa de valores de cualquier país.

Diría el finado Arturo Chaparro que son “asusta pendejos”. Al día siguiente, sintiéndose los profetas de la ciudad, desayunan, comen y cenan con los políticos y empresarios aludidos para “arreglar” el problema que hicieron los periodistas y sucederá lo de siempre: un sacrificio sobre la piedra del sacerdote brujo para acabar con el mal que se llama reportero, violando todos los códigos de ética que se han hecho para regular el ejercicio periodístico.

Octavio Páez, el finado periodista de la dinastía Páez que tanto le ofrendaron a los medios de comunicación en Chihuahua y varios estados de la república, me dijo un día entre broma y realidad: “Navarrito, acostúmbrese a esto”. Se refería a ver pasar las ‘toneladas’ de dinero del narco, de los políticos, del que vende quinelas, del que administra congales, del que anda ‘chueco’, del que trae artistas, del que es amigo de todos ellos. Y todo ese ‘dinero basura’ llega a los cajones de los patrones y es con ese dinero con el que se esfuman a lugares exóticos y mantienen a sus amantes.

Muchos reporteros, en las más de tres décadas en las que he ejercido el periodismo, fueron corridos por ‘agarrarlos’ en un supuesto hecho de corrupción. Era evidente, el “jefe no admite competencia”.

Un periodista fue corrido de un medio impreso por escribir el nombre de Amado Carrillo en una nota. El dueño sacrificó al reportero, porque le estaba afectando el acuerdo con el finado capo del narcotráfico.

Y en el caminar, bajo el arraigo del periodismo, solo he visto una pirámide justiciera que ensucia al que escribe y libera a los patrones. Ellos nunca son investigados por sus nexos con la delincuencia organizada, ni son asesinados.

Horas y horas, los diálogos fueron largos y cansados, tuve que negociar –como director, como enviado, como lacayo de los propietarios de medios- con quien me ponían enfrente. Y en algunas ocasiones no fueron nada más políticos.

Aprendí a administrar mis ‘miles’ y a cuidar los ‘millones’ del patrón. Entonces mis diálogos eran siempre en millones o en varias centenas de miles de pesos; así son los negocios en México.

No hablamos de una fuente productiva, como construir mesas, sillas y roperos o producir pan, laboramos durante años para ‘engañar’ a los estúpidos políticos que abundan en México (con réplicas muy elocuentes en esta frontera). Les mentimos sobre tirajes inexistentes, sobre ratings  hechos al antojo del patrón, sobre audiencias que son improbables y sobre poderes absolutos, como llevarlos a las altas esferas de la política y crearles imágines cuando son zagaletones llenos de pestilencia, políticos indeseables y corruptos.

Lo peor que nos pasa a los periodistas, es sentarnos en las mesas de los empresarios. Vivimos en Juárez bajo una estirpe ruin y corrupta de inversionistas. Todos cortados con la misma tijera de la ambición.

Un periodista que admiro mucho y que pocos lo reconocen como tal, me dijo hace unos días, en el restaurante Vips algo que me hizo gracia. “Pinches empresarios, vino su Papa Francisco y les mentó literalmente la madre” y todos le besaron la mano porque creyeron que los estaba bendiciendo…y hasta una estatua le hicieron, una estatua grandota que cada vez que estos miserables pasan frente a ella, su pontífice les grita “chinga tu madre” y ellos se persignan.

Recuerdo como en la madrugada, en pijamas, uno de ellos, del ramo inmobiliario, llegó a suplicarme que no publicáramos la foto de su hermano ebrio y drogado que fue detenido por la policía tras una persecución que concluyó muy cerca del Palacio del César, antes de que fuera hospital.

Me sublimó su lenguaje. Era el mismo que usaba para vender casas y edificios, pero ahora vendía la dignidad de su hermano y, al mismo tiempo, ofertaba su empresa que, de acuerdo a su promesa, aparecería en las páginas del periódico que le hacía el favor. Era una catafixia.

Y lo de siempre. Nunca cumplió. Nunca apareció el emisario que dijo que llegaría. Fue entonces que le mandé un mensaje con un amigo en común y la respuesta fue aleccionadora. “Dígale al director que no me acuerdo de ningún trato, mi hermano nunca ha tenido un problema y yo no le pedí ningún favor…” Me quedé con su tarjeta personal y con un papel membretado con la franquicia Century 21 y una nota de agradecimiento.

Con la evidencia en el escritorio, como muchas evidencias guardadas y grabadas para evitar los amagos de los ladrones de cuello blanco y a la gran cantidad de políticos mediocres y sucios que abundan en Juárez, tuve la tentación de publicar la nota, pero no lo hice. Los periodistas sí tenemos palabra y ética. Ellos no.

Y en el entorno de la política, me retumba en la mente, la idea de haber sido parte de los arquitectos que construyeron las fortunas de los verdaderos corruptos que existen en esta frontera.

Con nuestra intervención en medios impresos, radio y televisión, ayudamos que muchos políticos-empresarios llegaran al poder en esta frontera y en el Estado de Chihuahua y formaran sus fortunas.

Y lo seguimos haciendo. Maldita costumbre. Veo como se pierde la dignidad por tan poco. No hay equilibrio en relación con lo roban y lo que reparten. Están hambrientos de poder económico.

Ven crecer sus capitales y en su inmunda visión conciben esos avances como parte de su talento. Guardan en sus oficinas enormes paquetes de dólares y pesos que no se atreven a llevar a los bancos porque serían cuestionados. Es dinero sucio y dinero limpio, el que le robaron descaradamente al pueblo.

Otros se hicieron de grandes extensiones de terrenos y aprovecharon la jauja que vino de su miserable paso por la política, la cual supieron mezclar con los negocios y desarrollar imperios que ahora administran junto a su familia.

A los periodistas nos llaman “muertos de hambre”, nos dicen “prensa corrupta”, nos minimizan y pisotean. A causa de esa presión fui corrido de varios medios de comunicación porque “no me sujete” a las reglas de los que gobernaban.

Tan cobardes son los patrones que nunca tuvieron la decencia de decirlo claramente. Nunca olvidaré las palabras de una dama de sociedad, entonces administradora de Radio Net. Cuando se enteró de mi salida, hizo una expresión que aun la llevo en mi corazón: “por qué tenemos que hacer lo que los políticos quieren”. La indignación era evidente.

Duré tres semanas esperando la asignación de un nuevo programa que nunca llegó. Y así por el estilo en otros medios de comunicación, algo que iré contando poco a poco.

No quería escribir una columna que especulara con respecto a destapes, triunfos y fracasos electores. Le comenté lo anterior a dos grandes amigos periodistas, Osbaldo Salvador y Mario Héctor Silva.

Y por horas platicamos de decenas de asuntos que van por el mismo rumbo. Caramba, cómo saben cosas.

Aún tengo en mi cabeza la idea de recrear mi paso por los medios. No quiero ocultar nada. Quizá si digo lo que sé puedo ayudar a muchos a tomar decisiones, de no errar nuevamente al momento de elegir candidatos.

Me resisto el observar los nombres de políticos, ampliamente ligados con el crimen organizado (sea cual sea su actividad delincuencial), como candidatos a puestos de elección popular. Allí están, unos queriendo ser diputados y otros queriendo ser senadores. ¿En serio?, sí, allí están, como tábanos pegados a las chichis de las vacas.

Regresan como redentores creyendo que la memoria se ha esfumado. No. Aquí está, más viva que nunca.

Que lo sepa el INE, la Fiscalía y la PGR no sirve de nada. Entonces que lo sepa el elector, para que tomen sus propios riesgos.

Sé que esto me puede ocasionar problemas, pero creo que ya tengo uno muy fuerte encima, se llama dignidad y se llama verdad. Son más fuertes que el miedo mismo.

Creo que es momento de hablar, pase lo que pase; creo que llegó el momento de decir lo que hay detrás de infinidad de negocios ligados con el poder político que mucha gente ignora. No es el tema hablar de periodistas. Ahora contaré sus historias positivas, sus luchas y esfuerzos. Los admiro y los entiendo. El hambre es canija. Los periodistas no serán la noticia, serán los narradores de las historias que aquí se contarán, por eso he empezado a escucharlos.

Escucho a Luis Carlos Carrasco preocupado por su alta presión, experto en pastillas para reducir ese particular problema, pero embarcado en una mejor preparación académica; escucho a Pepe Acosta con decenas de proyectos para seguir innovando; escucho a Carlos Riojas, El Pony como a Juan el Bautista; a un Raúl Flores Simental deseoso de rescatar la crónica urbana; escucho a Eleazar Lara, embarcado en la idea de ser legislador y creo que lo va a lograr; escucho a Héctor González, que no baja las banderas de guerra contra la competencia televisiva; escucho a Armando Cabada que se sostiene en su misión frente a embates a diestra y siniestra, expuesto todos los días a su presente y su pasado, todo por lograr un segundo periodo como alcalde; admiro a Felo Varela, porque es el primer ególatra humilde que he conocido. Y así por el estilo. Ya los iré nombrando.

Un amigo me visitó en mi oficina y observó todos los rincones y recovecos de lo que fue mi morada por 18 años en el periódico El Mexicano. Estaba nervioso. ¿Dónde tienes las cámaras? Reí y simplemente le dije: “no te creas todo lo que dicen de mi”. No hay cámaras, no hay grabaciones secretas.

Entonces se relajó y empezó a platicar en forma amena. Se abrió, como decimos entre reporteros. Luego refirió un dato revelador que me abrió los ojos respecto a lo que era su nerviosismo.

Dialogó ampliamente de la lucha que tuvo que librar para tumbarle la novia a una mujer de la política y platicó su historia, completa, con pelos  señales.

Entonces me pude dar cuenta que infinidad de historias se pueden contar cuando apagamos las cámaras y grabadoras y ponemos nuestra mente a trabajar, aunque terminemos con nauseas o posiblemente vomitando. Me agrada ser reportero. Por eso estoy aquí, para contar la Sombra de las Letras.

Rafael Navarro zagaleton.navarro@gmail.com

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