El Sol se tropieza: la explicación de los mexicas de por qué tiembla

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Como muchas de las primeras respuestas a los fenómenos naturales que acontecían a su alrededor, para los antiguos habitantes del Valle de México los sismos podían comprenderse a partir del plano cósmico.

Para los mexicas y otros pueblos del Valle de México, la mejor explicación de los sismos se hallaba sobre sus cabezas, en el primer calendario que conoció la humanidad: la bóveda nocturna. Los sacerdotes consideraban que se trataba del ollin, es decir, el movimiento de los astros en el firmamento, mientras que la palabra náhuatl para definir los temblores es tlalollin, “movimiento de la tierra”.

El tropiezo de los astros: la causa de los sismos

Ilustración de Tenochtitlán

Los mexicas estaban seguros de que los sismos –desde los más leves hasta los terremotos– eran provocados por el tropiezo del Sol, la Luna u otro astro. Más allá de lo rudimentario que a priori puede parecer esta idea, se trató de una explicación elegante y satisfactoria para su época, que el propio Cinna Lomnitz (geofísico experto en mecánica de suelos y sismología, probablemente el científico latinoamericano más importante en el campo) definía con un ejemplo:

«Por ejemplo, cuando Venus se ponía en el horizonte y luego reaparecía en el oriente a la mañana siguiente, explicaban que tuvo que caminar bajo tierra en plena oscuridad, y a veces se tropezaba: eso era un temblor. Los temblores eran muy fuertes cuando el Sol se tropezaba. Y cuando ocurría de día, bueno, hay astros (incluso la Luna) que se ponen en la mañana y reaparecen en el oriente al atardecer. Era una teoría tan buena como cualquiera otra y tenía su lógica».

En aquél entonces, los sismos eran considerados un fenómeno divino y a pesar de su intensidad dada la dinámica de las placas tectónicas en México, su poder destructivo y el miedo que causan en la actualidad es un fenómeno relativamente moderno, pues al estar hechas de materiales ligeros, las construcciones prehispánicas resistían la mayoría de los sismos o bien, se desplomaban sin mayores consecuencias ante los más intensos, mientras que la forma de los templos más importantes, las pirámides, hacía imposible que sufrieran de algún desperfecto después de un temblor.

«La tierra se agrietó y las chinampas se derrumbaron»

Una de las primeras descripciones que se ofrecen sobre un terremoto es la de los Anales de Tlatelolco, donde se remontan al año de 1455 para contar de un fenómeno devastador en Tenochtitlan. «En este año (…) hubo terremotos y la tierra se agrietó y las chinampas se derrumbaron, y la gente se alquilaba a otra a causa del hambre».

Según Fray Bernardino de Sahagún, cronista novohispano, los sismos formaban parte de la conciencia colectiva de los mexicas y por lo tanto, tenían una especie de código moral para actuar según sus creencias cuando se presentaba uno:

«Cuando tiembla la tierra, rociaban con agua todas sus alhajas, tomando el agua con la boca y soplándola sobre ellas, y también por los postes y los umbrales de las puertas y de la casa; decían que si no hacían esto, el temblor se llevaría aquellas casas consigo; y los que no hacían esto eran reprendidos por los otros; y luego que comenzaba a temblar la tierra comenzaban los gritos; dándose con las manos en las bocas, para que todos advirtiesen que temblaba la tierra. Luego tomaban a sus niños con ambas manos, por las sienes, y los levantaban en alto; decían que si no hacían aquello que no crecerían y que los llevaría el temblor consigo».

Ilustración mapa Tenochtitlán