El hombre que murió haciendo el amor con un fantasma

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Un hombre murió en Chicago en 1893 cuando creía estar haciendo el amor con el espíritu de su esposa. El mago Christopher Milbourne cuenta, en Houdini. The Untold Story(Houdini. La historia no contada, 1969), que ese fue el trágico final de un montaje de Zanzic, un ilusionista que se hacía pasar por médium. Fue “su engaño más celebrado”, afirma el autor, uno de los fundadores en 1976 del Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones de lo Paranormal (CSICOP), actual Comité para la Investigación Escéptica (CSI).

A caballo entre los siglos XIX y XX, el espiritismo era una creencia en boga, y muchos magos simulaban en sus espectáculos comunicarse con los muertos. Algunos eran honestos y advertían al público de que no había espíritus de por medio, de que todo eran trucos. Otros dejaban que la imaginación de la gente volara hacia el más allá. En sus comienzos en la compañía ambulante de Thomas Hill, Harry Houdini fue uno de los segundos, algo de lo que se arrepintió después de la muerte de su madre, por el dolor que podía haber causado a sus víctimas.

Houdini preparaba sus sesiones de medium a conciencia. Cuando la troupe llegaba a un pueblo, para informarse, investigaba en la prensa local, ponía la oreja allí donde se chismorreaba y visitaba el cementerio. Ya sobre el escenario, contaba secretos que, decía, le transmitían los espíritus. Una vez, estuvo en un tris de recibir una paliza de un marido furioso por contar que su esposa estaba embarazada, y, otra, los espectadores negros salieron en estampida de la sala cuando contactó con uno de los suyos que había sido asesinado. Sin embargo, según Milbourne, sus escrúpulos hicieron que Houdini nunca llegara tan lejos como Zanzic.

Un mago rodeado de misterio

También conocido como Zan-zic, este fue un mago rodeado por el misterio. Algunos dicen que se llamaba Harry Robenstein, que nació en Nueva Orleans y que su padre era hebreo y su madre una adivina criolla, de sangre francesa y española. Fueran cuales fueran su identidad y orígenes reales, sus colegas le tenían en alta estima. En Mahatma, la revista oficial de la Sociedad Estadounidense de Magos (SAM), lo presentaban en 1903 como “uno de esos magos inventivos que mantienen la olla hirviendo con algo nuevo”.

Diez años antes, Zanzic invirtió 5000 dólares en trucar un piso en el centro de Chicago, aseguran William Kalush y Larry Sloman en The Secret Life of Houdini (La vida secreta de Houdini, 2007). Con la ayuda de Billy Robinson, un mago experto en la construcción de todo tipo de artilugios, lo llenó de puertas secretas, escondrijos y falsos paneles para convertirlo en escenario de prodigios espiritistas. Zanzic, Jack Curry –su agente– y Robinson pensaban hacerse de oro con los ingenuos que iban a visitar Chicago con motivo de la Exposición Mundial Colombina de 1893. Uno de ellos fue un adinerado anciano alemán que Kalush y Sloman identifican como “el señor Schiller”.

El hombre acudió por primera vez a Zanzic para ver si podía ayudarle con su pérdida de visión. El ilusionista le vendió como remedio un frasco con barro y, días después, el viejo regresó encantado: veía mucho mejor. Zanzic le explicó que todo había sido cosa de los espíritus, ante lo cual el anciano le preguntó si podía invocar a su fallecida esposa. Tras ver una foto de la mujer, el mago le dijo que sí y buscó a una prostituta que pudiera dar el pego al cliente. Cuando en la siguiente sesión invocó al espíritu y la mujer apareció debidamente disfrazada, el anciano saltó de la silla, se abalanzó sobre ella y la empezó a besar, hasta que el médium los separó y el fantasma se esfumó. El fugaz encuentro espoleó al viejo, que pidió a Zanzic acostarse una vez más con su amada. El mago le concedió el deseo.

Una semana después, la pareja de amantes se reencontró en una habitación del piso habilitada como alcoba. Zanzic los dejó a solas y, minutos después, la prostituta salió de la estancia pegando gritos: el apasionado anciano había sufrido un ataque al corazón y se había desplomado en el lecho. El mago y sus cómplices sacaron el cuerpo del edificio a escondidas e intentaron dejarlo en la calle como si hubiera muerto allí. Pero un sirviente del hombre, que lo esperaba para llevarlo a casa, lo vio todo y los denunció ante la policía.

¿Ocurrió algo así en Chicago en 1893? Creo que hay motivos para dudarlo. Todos los datos que facilitan Milbourne, Kalush y Sloman en sus libros proceden de un artículo, titulado “Zanzic, ¡charlatán supremo!”, que se publicó sin firma en ­M-U-Men 1923. Es decir, ¡treinta años después de los hechos! M-U-Mera entonces la revista de la SAM, sociedad presidida por Houdini, a quien se considera el autor de ese texto. Dice que la historia se la había contado “el conocido mago” Ziska y que Zanzic y sus compinches eludieron la cárcel “de alguna manera, y la cosa se silenció”. Houdini ignora la identidad real del enigmático mago –“creo que era Brenner”, escribe– y tampoco da ningún nombre para la víctima (¿de dónde sacan Kalush y Sloman lo de “el señor Schiller”?). Adam Selzer, autor de Mysterious Chicago. History at its coolest(Chicago misterioso. La historia más guay, 2016), ha comprobado, además, que en la prensa local no hay referencia alguna a los hechos ni tampoco al costoso piso de los milagros, cuando su creación y funcionamiento no habrían pasado desapercibidos ni para los periodistas ni para los espiritistas.

¿Es una historia atractiva? Sin duda. Tiene sexo, dinero, pícaros, fantasmas… Ahora bien, igual es demasiado buena como para que nos la creamos si tenemos en cuenta que solo hay una fuente indirecta, la ausencia de detalles clave –¿cómo se llamaba el infortunado cliente?– y que en su momento nadie pareció enterarse de nada en Chicago. Así que, como Selzer, me inclino por ser escéptico, por ponerla en cuarentena, pero quería compartirla porque es una historia abierta y quién sabe si algún día nos da una sorpresa.