Podrás no conocer el título de la obra o el nombre de su autor, pero ‘La gran ola de Kanawaga’ es tan popular que seguramente la has visto más de una vez.
Más allá de su obra más famosa y su serie en torno a los paisajes del Monte Fuji, Katsushika Hokusai es un artista japonés que se especializó tanto en la pintura como en el grabado y tuvo una producción plástica mucho más amplia.
La carrera de Hokusai comenzó cuando se volvió aprendiz en un taller de grabado que se especializaba en la impresión de libros. Durante su paso formación como grabador, Hokusai demostró habilidad para realizar los retratos de los actores del teatro tradicional japonés, llamado kabuki, así como completar trabajos que se relacionan con el surimono, un género que involucró la creación de xilografías especiales para distintos soportes, como libros de literatura, por ejemplo.
La realización de las placas de este tipo de trabajo no era una cuestión de principiantes, pues no sólo se necesitan nociones de dibujo y perspectiva, sino una gran habilidad para tallar las planchas de madera con la precisión adecuada, en particular cuando se trataba de formar los caracteres —o kanjis—. Este tipo de trabajo poco a poco comenzó a popularizarse, dado que las reproducciones de cada grabado permitían que más personas pudieran costear este tipo de obras. Al mismo tiempo, Hokusai, bajo una decena de seudónimos, siguió realizando pinturas para todo tipo de libros, mismas que aunque a la fecha no gozan del reconocimiento que la serie del Monte Fuji, basta verlas para dilucidar el talento del japonés.
Tal es el caso de estos grabados, pertenecientes a la recopilación de cuentos japoneses Hyaku Monogatari (Cien historias de fantasmas)— editada en 1830 y que se originó de un juego nipón, llamado Hyakumonogatari Kaidankai (Reunión de 100 cuentos extraños).
El juego era simple: todos los asistentes debían encender 100 velas durante la noche y cada uno de ellos debía contar una historia de terror. Conforme se contara cada relato, las velas se irían apagando, creando una atmósfera mucho más escalofriante.
Pensando en tal tradición, las ilustraciones que Hokusai realizó cumplen con su función: lejos de la sobriedad a la que nos tiene acostumbrado a partir de su obra más famosa, éstas muestran rostros perturbadores e incluso alguno diría que de tintes surrealistas, mismos que por supuesto hacen referencia a algunas de las leyendas del folclor japonés.
Esta no es la única serie de carácter literario que Hokusai ilustró, otro ejemplo es One Hundred Poems Explained by the Nurse (Hyakunin isshu uba ga etoki), que si bien el título implicaba la creación de cien grabados de cien poemas, tan sólo creó una fracción (lo cual, curiosamente también ocurrió con las cien historias de fantasmas).
Ambas resultan ser grandes ejemplos de cómo la técnica y creatividad de este pintor japonés sobrepasó los paisajes tradicionales, así como de la intersección de disciplinas artísticas en el Japón del siglo XIX.